martes, 17 de febrero de 2015

VILLETTE DE CHARLOTTE BRONTË





Villette

Charlotte Brontë

Traducción: Marta Salís

Editorial Alba Minus, 2014

643 páginas

14 €



Charlotte Brontë (1816-1855) era hija de un clérigo, vicario de una pequeña aldea de los páramos de Yorkshire, esos mismos páramos que conocimos en Jane Eyre. Tenía cinco hermanos: Emily, Anne, Maria, Elizabeth y Branwell. Quedaron huérfanos de madre a edad muy temprana y todas las hermanas fueron llevadas a un internado para hijas de clérigos donde dos de ellas enfermaron de tuberculosis y, una vez ya abandonado, murieron.  De hecho, Charlotte Brontë se inspiró en este colegio para crear Lowood, el siniestro internado donde vivió Jane Eyre


En 1842 Charlotte y Emily ingresaron en otro internado en Bruselas como alumnas primero y Charlotte, como maestra después. Las experiencias vividas allí le sirvieron para escribir Villette, ciudad ficticia en donde transcurre la obra. 


Uno de los factores que define toda la obra de Charlotte Brontë es la importancia de la enseñanza. Todas sus protagonistas son maestras o institutrices.


Villete fue publicada en 1853 poco antes de morir su autora y en ella narra la historia de Lucy Snowe,  muchacha huérfana que, por avatares del destino, debe abandonar Inglaterra y acaba viviendo y trabajando en un internado para señoritas en Bélgica. 


La directora del colegio es Madame Beck, una mujer recta, a su manera,  cuya filosofía en la vida es la vigilancia y el espionaje. Nada se le escapa. Pero este internado no es como Lowood, “la comida era buena y abundante: en la rue Fossette no se veían caras pálidas o demacradas” (pág. 98) y la educación lo suficientemente escasa para no agobiar a las jovencitas: “adquirían conocimientos gracias a un método increíblemente fácil, sin penosos esfuerzos ni un despilfarro inútil de inteligencia” (pág. 100); “se negaban en rotundo a ejercitar la memoria, el raciocinio o la atención” (pág. 111)


En el internado existen dos tipos de alumnas: las externas que, una vez que acaban las clases, vuelven con sus familias; y las internas. Entre ellas está Ginevra Fanshawe, una jovencita coqueta, caprichosa y egoísta, que utiliza a  Lucy como confidente pero la trata con desdén o adulación, a su antojo. De la misma manera que trata con desdén a todo pretendiente burgués que se le acerque: ”Me siento mucho más cómoda con usted, mi vieja y querida cascarrabias, que adivina lo peor de mí y sabe que soy coqueta, ignorante, presumida, caprichosa, necia, egoísta y todas las demás lindezas que usted y yo hemos acordado que conforman mi carácter” (pág. 121).


Los personajes masculinos de Villette tienen un papel importante dentro de la narración.  Monsieur Paul, profesor del internado, es un hombre con un carácter severo, un temperamento extremadamente colérico y controlador con Lucy.  El doctor John es un hombre inteligente, atractivo, divertido con el que Lucy entabla una buena relación.


No falta en la vieja casa de la rue Fonssette el fantasma de una monja que aterroriza a la protagonista.


Pero es el personaje principal de la novela de Charlotte Brontë, Lucy Snowe, el realmente interesante. Ella brilla con luz propia. Es un personaje muy rico en matices y  tiene mucha similitud con Jane Eyre. Ambas son mujeres huérfanas, mujeres que están solas en el mundo, mujeres autosuficientes que trabajan como  institutrices o como profesoras. Son discretas, pero excepcionales, que pasan desapercibidas a ojos de los demás; parecen grises, pero no lo son: ”Yo no era la sombra de una dama brillante (…) Mi presencia solía pasar inadvertida; era una persona bastante gris, pero ambas, la oscuridad y la depresión, debían ser voluntarias…” (pág. 391).


Lucy Snowe transmite en toda la novela  la nostalgia, la soledad que domina su vida incluso hasta caer enferma: “viviendo mi propia vida en un tranquilo mundo de sombras” (pág. 157).


No obstante Lucy es una mujer ambiciosa. De ser la dama de compañía de una anciana llega a ser profesora. Se dice a sí misma “alégrate de trabajar para conseguir la independencia hasta haber demostrado, al conseguir ese trofeo, tu derecho a desear algo mejor (…) Creo en cierta combinación de esperanza y luz que dulcifica los peores destinos” (pág. 474). También hay similitud entre las protagonistas de otras novelas victorianas. Son mujeres fuertes, independientes, con voz y pensamiento propio, por ejemplo,  Elisabeth Bennet en Orgullo y Prejuicio (Jane Austen), o Margaret Hale en Norte y Sur (Elizabeth Gaskell), entre otras. 


Hemos de tener en cuenta que en la época victoriana la mujer era considerada como un ser mediocre. Monsieur Paul nos instruye de lo que opina sobre las mujeres intelectuales: son “un accidente desafortunado, algo para lo que no existía lugar ni cometido en la creación, y que nadie quería como esposa o empleada (…) Estaba convencido de que la encantadora, apacible y pasiva mediocridad femenina era la única almohada en la que el pensamiento y el buen juicio masculinos podían encontrar descanso para sus sienes doloridas; en cuanto al trabajo, sólo una cabeza viril podía hacerlo con buenos resultados “(pág. 465). Ahí es nada. Y pensar que más de doscientos años después aún hay sujetos que piensan igual.


Sin embargo ellas se revelaban ante esta situación intentando ser tratadas como iguales. Así lo manifiesta Jane Eyre ante el señor Rochester: ¿Piensa que porque soy pobre y oscura carezco de alma y de corazón? ¡Se equivoca! ¡Tengo tanto corazón y tanta alma como usted! Y si Dios me hubiese dado belleza y riquezas, le sería a usted tan amargo separarse de mí como lo es a mí separarme de usted”.


Villette es una gran  novela. Y lo es por la riqueza de sus personajes, por la filosofía que transmite la autora en toda la obra, su inteligencia. No debió ser fácil que una mujer escribiera y, además, publicara libros en el siglo XIX. Y lo curioso es que todas las hermanas Brontë publicaron alguno, entre prosa y poesía, unas veces con pseudónimo y otras con sus auténticos nombres.


Villette es una novela para leer y releer como todas estas fantásticas obras de la novela vitoriana. Son más de seiscientas páginas de buena literatura.

domingo, 1 de febrero de 2015

ESTADO DEL BIENESTAR. NATURALEZA MUERTA DE VELPISTER






Estado del bienestar. Naturaleza muerta.

Velpister

Ediciones Lupercalia, 2014

181 páginas

15, 95 euros



Se puede escribir desde el corazón o desde el pensamiento, pero también se puede escribir desde las tripas, desde los intestinos. Desde la rabia. Así me ha parecido sentir la propuesta de Velpister, este poemario denominado con el doble título Estado del bienestar. Naturaleza muerta. Y aquí el título resulta extraordinariamente profético, pues es de eso mismo de lo que nos habla. Es su voz una voz cercana que huye del circunloquio, es una voz directa, es una voz que deja a un lado el lirismo. Va a la raíz, es certera porque llega a donde desea llegar. Hay mucha rabia contenida que se suelta en estas palabras, hay muchas voces que son una, hay muchas penurias compartidas. Necesidad de decir, de, al menos, no dejar que se extinga la voz sin antes decir lo que piensa.

Puede parecer depresivo o negativo el tono general del poemario, pero en éste, como en otros poemarios que he ha ido leyendo últimamente, lo que sí hay es combatividad. En ese sentido su camino es el mismo que recorren –cada uno con un tono, con una voz diferente, pero con puntos en común- Las sumas y los restos  y Anatomía de guerra de Ana Pérez Cañamares, o Ardimiento de Baco, o Versos de invierno (para un verano sin fin) de Matías Escalera Cordero, o Comida para perros de Gsús Bonilla, o Cosas de Felipe Zapico, y algunos poemas de Poetílicos sobrios de Mag Márquez y Abel Paisaje, y otros tantos de El mal hombre de Rubén Romero Sánchez. Voces que nos llevan, quizá en un extremo, a Antonio Orihuela.

Volviendo a Velpister y a su Estado del Bienestar. ¿A quién se dirige? ¿Cuál es el tono general? Bien pronto lo aclara:

(p.9) “ A los que no nos creemos nada

ni a nadie”

(p.8) “El día del fin del mundo, cambia de canal”



Y para ahondar en el nudo sólo hace falta saber los títulos de algunos poemas:

España se levanta, Rebelde, A sueldo, La democracia es muy grande, Todo era gris, Gajes del oficio de político, La legitimidad, Trabalenguas neoliberal, España, Dilema moral de un hombre de bien, etc…


Uno de los rasgos fundamentales del poemario es la sinceridad acompañada de la autenticidad. Sin ese binomio lo que dice se desharía.

(p.19) “no he mentido

no al menos cada vez

que abro la boca”

(p.43) “ La insultante intangibilidad de la economía mundial

crea dramas,

odios,

cadáveres tangibles”

Y el genial final de un poema cuyo título lo dice todo: Lapos:

(p.67) “Cada día hablan más

para ellos.

A los ciudadanos

nos escupen”

Habrá quien considere poco poéticos sus escritos, incluso los que los consideren obvios, pero la obviedad tiene también su terreno de formulación. Y la obviedad nos sitúa en la cercanía, terreno en el que se mueve el poemario de Velpister. Para entender esa obviedad, e, incluso, su reiteración recomiendo leer el poema España con su repetición del  “Que se joda” (p. 76-80) parafraseando a una diputada.

Velpister no teme bajar a la arena del habla coloquial, a la jerga de los insultos y de la palabra malsonante, porque, en la realidad que cuenta, eso también existe y es parte:

(p.31) “No sean asquerosas

Señoras políticas

a sueldo

del partido,

que con lo que cobran

se pueden permitir

pagar

a una inmigrante ilegal

para cuidar de sus hijos.

COÑO.”

El autor a menudo coquetea con la ironía, pero la ironía sería más sibilina y el autor prefiere el golpe directo.

Quizá el poema Legado refleje bien el tono general del libro:

(p.96)” hijos queridos

nos esforzaremos mucho

en daros una buena educación

para que seáis honrados

justos

honestos

fuertes

e inteligentes

y que así un día

por mucho que nos duela

podáis iros

de este país”

Y destacan algunos cierres :

(p.109)” Por cada parcela de tierra

 edificada

un pueblo arrasado.

El hombre.”

(p.114) “ Que no quede ni uno.

Ni un solo fascista más

respirando libre

a nuestro alrededor.

Que los apretujemos

hasta quitarles el aire.

Hasta asfixiarlos”
O también:

(p.163) “cuántos gritos de dolor

de parto

lleva el mundo

cuántos gritos de horror

la humanidad

por los mal paridos”



Velpister, artista multidisciplinar (no hay que perderse las imágenes que acompañan los textos), podría haber tomado una cierta distancia sobre los poemas, quizá elaborarlos más, quizá hubiera perdido sinceridad y autenticidad, dos de sus rasgos, también ganaría en reflexión. Pero esa sería otra apuesta. El autor, sin embargo, prefiere poetizar cerca de la piel, cerca de la superficie. De ahí sale Estado del bienestar. Naturaleza muerta.